lunes, enero 01, 2007

Cruzando a Corral...

“Mira guatón, el agua, los co-co como se bañan en el agua, el barco chico que va pasando…”, en eso estaba yo, aplicando psicología materna con mi piojo chico para que se olvidara que íbamos en un botecito cruzando desde Niebla a Corral, ya que claramente no quería subirse… Llevaba ya más de la mitad del viaje hablándole incansablemente, para que se olvidara que no quería “baco ico” ni tampoco “baco ande”, es decir, no quería subirse a ningún tipo de barco, bote, transatlántico, transbordador, balsa, etc… cuando en eso, el niño que estaba frente a mi sentado durante todo el viaje, me dice “… eso es una corriente”, ¿??, “dónde, cuál, cómo???”, pregunté yo. “Eso de ahí”, me dijo, “esa línea en el mar que está cruzando el barco que va ahí…”. “Ah!”, dije yo, con cara de sorprendida… “y tú como sabes eso?”, “porque yo tengo un bote, y salgo a pescar con mi papá”. Ahí comenzó una conversación con este niñito, que tendría unos 8 o 9 años calculo yo, por el cual yo me había sentido bastante observada durante la primera parte del viaje. Yo pensaba que era por la cantidad de leseras que le hablaba a mi piojo, para mantenerlo preocupado de otra cosa, pero ahora pienso que debe haber tenido ganas de conversar no más, igual que mi amiguita anterior. Me contó de su bote, del papá en realidad, del que le quería hacer su mamá de regalo, más balsa que bote, por que “ella no tiene plata, pero se le ocurrió hacerme uno con una caja de plástico de las graaaaandes….”. Nos habló de los diferentes pájaros que veíamos, de la importancia de conocer las corrientes en el agua, y no se que más. La verdad, yo me dediqué más a observarlo mientras nos hablaba, medio tímido pero orgulloso de lo que él nos contaba, porque todo era nuevo para nosotros. Al llegar, me despedí, y le pregunté su nombre, “Ricardo”, me dijo, “Ah, Ricardo, un gusto conocerte, gracias por contarme tantas cosas, vives en Corral?”, “No, en San Carlos, un pueblo cerca de Corral”, “Ah… donde había otro fuerte antes?”, “Si, ahí, cuando vaya sólo pregunte por mi, por Ricardo, todos me conocen, ahí voy a estar yo”, me dijo, medio esquivando la mirada por su timidez. “Gracias Ricardo”. Así me fui a visitar el fuerte de Corral, pensando en cuán distintas eran las vidas de mis hijos, y la mía propia, a la de mi amigo Ricardito (mi hija se reía de mí porque le puse así). Él, hablando de barcos y cosas de mar que yo quizás nunca voy a saber, dueño y señor de su pueblo, donde probablemente no vive mucha gente, yo, de vacaciones por esos lados, sin poder decirle que cuando vaya a Santiago, pregunte por Consuelo…

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